Estados Unidos ha amanecido esta semana bajo la sombra de la leyenda del Unabomber, esa figura mítica que resultó ser el profesor Ted Kaczynski en su cabaña aislada. Los 17 años de caza al hombre que el FBI intentó casi en vano contra una figura tan inteligente como letal (16 atentados con paquete-bomba, 25 heridos, tres muertos) han desfilado de golpe por el imaginario colectivo en tres días de detonaciones, hasta ahora sin víctimas.
Porque allí han aparecido en tan sólo 72 horas al menos nueve paquetes y cartas bomba. Repartidos esta semana a nombres propios del Partido Demócrata y la izquierda más crítica con Donald Trump: desde el expresidente Barack Obama hasta el actor Robert De Niro (a su nombre, pero entregado en realidad en uno de sus restaurantes, el neoyorquino Tribecca Grill). Los explosivos son «similares entre sí», según el FBI y la policía neoyorquina -la zona donde más paquetes han aparecido y se cree que dos se han entregado en mano, sin franqueo postal-. Lo que el FBI confirma: se entregan en sobres de color manila, con interior de plástico de burbujas y seis sellos con la bandera estadounidense repartidos en dos hileras en todos los casos, con la dirección y el remitente (a nombre de una congresista demócrata y mal escrito) impresos y pegados aparte. Sin sello postal visible en al menos dos casos y, que de momento, no han provocado heridos. La voz de alarma saltó hace unos tres días, cuando un empleado del milmillonario de izquierdas George Soros recibió un paquete a su nombre bastante sospechoso. Al constatar que podría ser una bomba, lo llevó a una zona apartada y avisó a la Policía. Aquella primera detonación, aparentemente aislada, fue el inicio de una campaña de terror.
Soros, Obama, Hillary Clinton, el exvicepresidente Joe Biden (con la dirección mal apuntada) el ex director de la CIA John Brennan (que recibió el suyo en las oficinas de la CNN en Nueva York) y el ex fiscal general federal Eric Holder (bajo la Administración Obama, como Brennan), la congresista demócrata californiana Maxine Waters (que ha recibido dos bombas, una con dirección de Washington y otra en Los Angeles), la congresista demócrata por Florida Debbie Wasserman Schultz. Al parecer, en al menos uno de los casos, la bomba venía acompañada de un polvo aún por identificar, lo que ha despertado el miedo a otra campaña de terror: los ataques con carbunco inmediatamente posteriores al 11S, llevados a cabo aparentemente por el suicida Bruce Ivins. Sin embargo, las autoridades creen que es polvo pirotécnico, un residuo de las bombas.
¿Estamos ante un nuevo Unabomber?
No. Para empezar, Kaczynski sólo hay uno y lleva 20 años en una prisión federal de máxima seguridad de Colorado, donde mantiene una ingente correspondencia con todo el que le despierte la curiosidad. A sus 73 años, se cartea con literalmente cientos de personas. Todas, menos su hermano, que le manda un christmas cada año sin respuesta. Esa correspondencia, donada a la Universidad de Michigan, ocupaba hace dos años más de 90 cajas de cartas. Un archivo enorme en el que habla de que se inclina por la balanza demócrata, que prefería a Hillary Clinton antes que a Obama y que echaba mucho de menos a su amor, Joy Richards, fallecida de cáncer en 2006, y a la que conoció por carta cuando ya estaba en prisión, y con la que se quiso casar. A Kaczinsky, que nunca tuvo pareja cuando su mundo estaba hecho de bombas, odio y una pequeña cabaña, sus ocho cadenas perpetuas le sirvieron para conocer el amor, aunque fuese por carta y por un tiempo.
Incluso aunque no se hubiese dedicado a mandar bombas (BOMBER) a «universidades (UN) y aviones (A)», que es como recibió el apodo, la idea de una mente científica y extravagante viviendo en perfecto aislamiento social paranoico resultaba incomprensible para las fuerzas del orden a finales de los 70, cuando Kaczynski empezó a operar. El FBI no tuvo ni idea de a qué se enfrentaba -el quién todavía tardaría más años- hasta que no llegó el manifiesto La sociedad industrial y su futuro. Y eso fue en 1993.
SIn embargo, hoy no hace falta ser un asesino de altas prestaciones. El exjefe del Servicio Secreto de George W. Bush, Ralph Basham ha hablado con Alex Warden Vox y le ha dicho, textualmente, que «cualquiera con un mínimo de inteligencia» podría ser hoy un Unabomber en potencia. Uno más cercano a lo que concebía el FBI al principio, y que también explica por qué tardaron 17 años en cazarle.
En 1980, John Douglas, el agente especial de la Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI en el que está basada la serie Mindhunter (y casi todos los profilers del FBI de la ficción, desde los relacionados con el caníbal Hannibal Lecter hasta los de Mentes Criminales) estuvo muy cerca con su perfil psicológico: alguien inteligente, académico, casi seguro que de ciencias puras, y neoludita. El trabajo de Douglas no era precisamente apreciado dentro del FBI, que en 1983 decidió descartar su perfil y sustituirlo por lo que ellos pensaban más adecuado: un mecánico de aviones tarado o similar. Porque cómo va a dedicarse un profesor de ciencias al terrorismo por correspondencia.
Es más, el FBI tampoco quería publicar el manifiesto de 181 páginas lleno de fogonazos y frases arcaicas. Pero no tenían nada más. Cientos de personas y años de trabajo no conseguían acercarse a los sellos más peligrosos de Estados Unidos. Lo único, las levísimas sospechas de Linda Patrick, la cuñada de Ted. La mujer de David, filósofa, ha sido convenientemente borrada de la Historia durante años, pero el hombre que entregó a su propio hermano a las autoridades contaba en su libro que sí, fue ella quien vio capaz al cuñado perdido de ser el Unabomber. Que le detectó en cuanto leyeron el Manifiesto, y que fue ella quien convenció a su marido para que llamase al FBI. Sin ella, sólo habría un caso sin sospechoso.
Sin embargo, Basham no cree que este neobomber tenga tanto recorrido. Ni siquiera como el de Ivins, que tardó siete años en ser señalado como el hombre del ántrax. El FBI busca desesperadamente información y pistas, pero el exjefe de los hombres que protegen al presidente no cree que esta campaña este a la altura: ninguno de los «paquetes sospechosos» -el FBI aún no los llama bombas- explotó en su momento y, entre los sobres, los restos, los componentes y demás elementos, no hay ni rastro de la eficacia fantasma del Unabomber. Sólo del eco que sus ideas han dejado en cabezas potencialmente fatales.
De momento, las autoridades no relacionan con política estos paquetes -aunque Basham sí se moja: habla en Vox del nexo común de que todos sean críticos de Trump, o directamente señalados por él, como es el caso de Maxine Waters-, pero, ¿qué es un hombre lleno de odio en su cabaña en la oscuridad pensando que el mundo le debe algo?Algo muy cercano a un alt-right cualquiera de foro de Internet, ese caldo de cultivo forjado en amenazas de muerte a las minorías y a los rivales, que viven con cierta polarización las inminentes elecciones de noviembre que pueden dar un vuelco al mapa político estadounidense.