Las diferencias entre Rusia y Estados Unidos amenazan con dinamitar un pacto contra la proliferación de armas nucleares herencia de los últimos estertores de la Guerra Fría. Los socios europeos de Estados Unidos han conseguido por ahora frenar su salida inminente, anunciada a finales de octubre por el propio presidente Donald Trump ante lo que considera una violación continuada del mismo por parte de Moscú en los últimos años.
Pero el tiempo corre. El jefe de la diplomacia estadounidense, Mike Pompeo, se comprometió, ante la presión europea, a que durante dos meses su país no probará ni desplegará ningún sistema que viole el tratado. Las esperanzas son sin embargo escasas. Pompeo se mostró escéptico sobre la posibilidad de que ese margen sirva para que haya un cambio de rumbo de Rusia. Las condiciones para que eso suceda son claras: Moscú debe deshacerse en ese plazo del programa de armamento que infringe el tratado y demostrar que cumple a rajatabla con la letra del contrato. “No hay ningún indicio de que tengan intención de hacerlo”, admitió Pompeo. La incredulidad parece justificada. Rusia ni siquiera reconoce la violación del acuerdo, y lanza de vuelta la misma acusación a Estados Unidos.
En plena escalada de tensiones por la flotilla ucrania apresada por Rusia en el mar de Azov, los titulares de Exteriores de la OTAN arroparon este martes la demanda norteamericana. «Pedimos a Rusia que vuelva urgentemente al cumplimiento pleno y verificable. Ahora está en sus manos preservar el tratado”, señalaron en una declaración conjunta.
La principal preocupación es el desarrollo y despliegue de los misiles SSC-9. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, ha advertido de la amenaza que suponen los proyectiles rusos: transportables, fáciles de ocultar, y con capacidad para alcanzar las capitales europeas. Según el expolítico noruego, su uso por parte de Rusia reduce la alerta nuclear a solo unos minutos, y rebaja el umbral del conflicto atómico.
Firmado en 1987 por el entonces presidente de EE UU, Ronald Reagan, y el secretario general del Partido Comunista de la antigua URSS, Mijaíl Gorbachov, el pacto, concebido para durar indefinidamente, pende de un hilo en pleno cruce de acusaciones entre Washington y Moscú.